Hay un nuevo territorio en disputa en la cultura popular y la manera de ganarlo es descontextualizarlo de su origen, simplificarlo y despojarlo de sus características más transgresoras. Es sorprendente ver cómo la música pop puede acabar convertida en rehén de ciertos dirigentes políticos dispuestos a apropiarse de lo que sea con tal de darse la razón a sí mismos. En 2010, Johnny Marr y Morrissey tuvieron que pararle los pies a David Cameron, por aquel entonces primer ministro conservador británico.
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