Pese a defender la venta de órganos o de personas, el ultraderechista argentino mantuvo sus niveles de popularidad porque los grandes medios de comunicación minimizaron sus barbaridades o, directamente, las ocultaron. El economista disfrutó por más de dos años de una infinita serie de reportajes amigables, sin repreguntas ni cuestionamientos, y en los que sus planteamientos cuando menos “fuera de lo común”, eran aceptados por los periodistas como verdades por fin reveladas.
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