En la calle Irsal de Ramala, la ciudad de Cisjordania en la que más se ha atrevido a entrar el capital estadounidense, una decena de metros separan tres tiendas de comida rápida. En una acera están KFC y Pizza Hut; en la otra, justo enfrente, Popeyes. El palestino Ahmed Mashal sale de esta última con una bolsa, apresurado para que el pollo frito (muy popular en el mundo árabe) llegue caliente a su mujer e hijos. No ha elegido por sabor, sino por política: KFC y Pizza Hut están entre las cadenas de multinacionales estadounidenses ―como Starbucks
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