En la última década, a medida que el brazo político de la derecha iba perdiendo capacidad –derrotado en lo económico tras el colapso financiero de 2008 y en lo emocional con ETA desaparecida–, su brazo televisivo iba ganando músculo hasta llegar a la actual vigorexia. Bertín, sentado en el sofá de casa haciendo desfilar en prime time regado con vinitos a políticos y artistas de su cuerda, no era más que el pistoletazo de salida de lo que sería el gran despelote: poner el entretenimiento de canales generalistas al servicio de una ideología.
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