Aceptemos que la monarquía no es incompatible con la democracia. Miremos a Suecia. Allí los jóvenes no recuerdan ningún caso de corrupción reciente en sus Reyes. Ni se encargan programas de cocina en una televisión autonómica a actrices para comprar su silencio. Ni tienen una máquina de contar dinero en palacio, ni que salir a escondidas del país. Ni los empresarios les regalan yates. Ni son jefes del ejército. Ni tienen acceso privilegiado a las agencias de inteligencia. Ni gozan de inviolabilidad absoluta...
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