El general Charles De Gaulle ordenó en febrero de 1960 la detonación de la primera bomba atómica francesa en el desierto del sur de Argelia. Aquella prueba fue un alarde de poderío, de la “grandeur” con la que el héroe de la Francia antinazi quiso marcar su presidencia (1959-1969). Y también fue una exhibición de colonialismo sin escrúpulos ni ambages, según sus críticos. El entonces presidente de Francia urgió el estallido en la atmósfera de un artefacto nuclear de 70 kilotones, cuatro veces más potente que el de Hiroshima...
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