En el suroeste de la Península Ibérica, entre el Neolítico Tardío y la Edad del Cobre, emergió una serie de objetos rituales que ha captado la atención de arqueólogos e historiadores desde hace más de un siglo: las placas de pizarra grabadas. Estos artefactos, especialmente el tipo denominado clásico, han sido interpretados como registros genealógicos en las comunidades antiguas de la región, conservando la memoria de los antepasados en un sistema gráfico que podría ser una de las primeras formas de “escritura” en Europa.