Con que solo nos devolvieran todos los árboles caídos durante el último siglo, sin producir, por cierto, el más mínimo beneficio monetario, tendríamos casi controlado el incremento de las temperaturas que amenaza con trastornarlo todo. Una estimación, a la baja, permite indicar que por fuegos, expansión agrícola, ganadera y urbanística, descartes y enfermedades, cada día más extendidas y virulentas, hemos perdido unos 900.000 millones de árboles adultos. Otros tantos árboles fueron convertidos en mercancía.