Hay poco existencialismo en el rock; pero el que hay es muy auténtico.
Pink Floyd, por ejemplo, fueron muy explícitos cuando compusieron The Dark Side of The Moon: locura, agonía, lujuria, frustración, muerte y desasosiego como una metáfora poética de la insoportable levedad del ser.
Un relato que, además, concluye pesimista: “no existe una cara oculta en la luna, es toda oscura…”.
Años después Joy División ahondarían en este discurso con Closer: un disco heredero del teatro de la crueldad de Antonin Artraud, tan celebrado por Jim Morrison y The Doors, quien inauguraría el con The celebration of the lizard y The end.
Hoy, Radiohead quieren abanderar la causa existencial; pero son muy malos letristas.
Absurdo, suicidio, pesadumbre, pesimismo, nihilismo, Camus, Sartre, Nietzche, almendras amargas, bourbon a palo seco y de fondo los Sex Pistols. No, mejor Van Der Graaf Generator.
Y bueno, lo sabes tan bien como yo: se empatiza mejor con los que ven el vaso medio vacío que con aquellos que amanecen cantando el Rigoletto cada maldito día; es una cuestión de inteligencia.
Por eso, Robert Smith fue el chico de moda durante los bobalicones años ´80: un alma ambigua, poética y huraña; el perfecto revulsivo para aquellos que sufrían la indigestión bailonga de Culture Club, Michael Bolton o Phil Collins.
The Cure Desintegration es un manual, un refugio para los malos momentos y el vademécum de una estrella del rock crepuscular: frustración, drogas, aislamiento; hartura de todo.
Por eso cada pieza de este disco es un retrato personal que conecta directamente con el hipotálamo de cualquiera que sepa escuchar.
Podría decirse que este disco consigue algo inédito en el mundo del rock: crea una estética.
La perfecta síntesis entre la desfachatez de Kiss, la profundidad de Pink Floyd y la traza de Peter Hammill da como resultado una raza de noche: los góticos, que, lejos de desintegrarse con el tiempo, aún han crecido y se han multiplicado: darks, emos…
Y todo gracias a The Cure, con el permiso de Susi and the Banshees, claro.
Atrás quedaron los aires festivos de The head on the door (1985) y Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987); discos que les habían abierto las puertas de los EEUU y dado a probar la cereza yanqui: uno de los motivos por los que se pensó que Desintegration iba a ser un fracaso.
“Pensé que era mi obra maestra y ellos que no era más que una mierda”. Dijo Robert Smith muy consciente de que en el mundo del disco ganan más los serviles.
Ahora puedo imaginarme a los directivos de Elektra Records tragando saliva al escuchar Plaisong o al escuchar cualquiera de los cortes que les presentó (ninguno baja de los 5 minutos).
Pero, por fortuna, el disco fue un éxito: 2 discos de platino solo en los USA y un billete de ida hacia el abandono que vivirían durante las siguientes décadas.
Pero lo más interesante de todo no son las cifras, sino la composición misma del álbum: hecho íntegramente por Robert Smith en su home studio y con una calidad a la altura de lo que después sería el disco producido junto a la banda.
Gestas megalómanas de genios fuera de serie en la línea de Peter Townshend (The Who) o Mike Scott (Waterboys) que, a la postre, les ha costado más de un disgusto con sus compañeros de banda. De hecho, Simon Gallup, el legendario bajista de The Cure, ha anunciado en agosto de 2021 que abandona el grupo cansado de sentirse “traicionado”.