La guerra comenzó en septiembre. En mi territorio comenzaron a entrar demasiados productos de fuera. Pero no voy a permitir nunca más semejante invasión. Debo proteger a los míos.
Así que desde el principio, aunque progresivamente, están gravados los productos de alimentación que contengan harina, azúcar, huevo, cacao, almendras o miel. Desde mediados de diciembre también he impuesto aranceles a productos de electrónica y juguetes no educativos.
He conseguido un ambiente de mayor consumo local, mejor salud, disminución de las distracciones en las tareas productivas cotidianas y, por supuesto, mi propia satisfacción personal.
Además las quejas de Daniela y Tomás disminuyen según se acostumbran al sistema de descuento directo de su paga. Consumen menos bizcochos grasientos de mi suegra y en Reyes rechazaron la videoconsola que iba a regalarles la bruja de mi cuñada. Se acabó. No volverán a comprar tan fácilmente el cariño de mis hijos.