Los buenos tiempos

En la luna de la sucursal vio su reflejo, el de un octogenario decrépito. Aún se tenía por un caballero, así que se había dirigido a la hermosa mujer tras el mostrador con un relamido «señorita, me temo que existe algún tipo de fallo informático por el cual no puedo retirar efectivo del cajero automático». En sus buenos tiempos, cuando parecía un galán de cine, las hembras como aquella lo miraban de una forma muy diferente. La había visto cuchichear con un compañero suyo, con cara de perfecto gilipollas, algo sobre los viejos que no se enteran.

Se acordó de otra sucursal, la del Hispano Americano, aquella que con su compinche El Chino había asaltado en el 74. Los buenos tiempos, cuando un pisaverde como este que ahora le explicaba, como si fuera imbécil, qué botones apretar, se habría meado en el pantalón al verles entrar con el pasamontañas puesto.