Era el novato y me tocó seguir a Juan Saldaña, el constructor, para saber con quién se reunía.
No fue difícil, pero cuando Juan entró en un café, comprobé que no lo esperaba un narco, ni un político: era una chica, muy guapa, treinta años más joven que él.
La escena fue breve.
Juan le hablaba con vehemencia y ella apretaba los labios. Él intentó cogerle una mano, pero ella la retiró. Ella negó con un gesto. Saldaña se echó hacia adelante, argumentando algo. La chica miraba a la mesa y negaba tozudamente con la cabeza. Saldaña levantó las manos con gesto implorante.
La chica se levantó y Juan le pidió que volviera a sentarse. Luego él comenzó a asentir, hasta que ella le sonrió y volvió a sentarse.
Ninguna frontera tienta más al contrabando que la de la edad y ella acababa de fijar los aranceles.