Las ideas fluían como un río hasta que alguien construyó diques. «Lo que creas es mío», dictaminó.
Ella se vio cercada, con cada inspiración sujeta a impuestos, pero la mente no admite aranceles ni rejas.
Así que rompió el cerco y se marchó, llevándose lo único que nunca podrían quitarle: su libertad (de imaginar).