A simple vista, Akira Makino parece el clásico japonés de su generación, reservado, prolijo y bien educado. Pero debajo de esa apariencia, se esconde uno de los más oscuros secretos que jamás se hayan contado: Akira diseccionaba los cuerpos de filipinos vivos, porque así se lo ordenaban. En el curso de cuatro meses, Akira abrió los cuerpos de 10 prisioneros de guerra filipinos, entre ellos dos chicas adolescentes. El amputaba sus miembros, removía sus riñones y extraía sus corazones todavía latiendo. “Fue educacional”, dijo.