¿Alguna vez has pensado qué pasa al mezclar cabezas de fósforos con lejía, inyectarle el líquido resultante a un tomate y, finalmente, aplicar peróxido de hidrógeno en el corazón del tomate? Seguramente no. Sin embargo, el calor y el aburrimiento propios del verano nos lleva a plantearnos este tipo de cosas. De todos modos, merece la pena echarle un vistazo al resultado final. Habrá que probarlo...