«Aunque no tenía ninguna posibilidad de vida desde el momento que le dieron el disparo, mi hijo se ha mantenido con vida hasta que los han detenido». Fernando Trapero, de veintitrés años, quiso mantener su dignidad de hombre, de guardia civil, en el hospital de Bayona en el que se debatía contra una irreversible muerte cerebral en duro combate con un corazón joven, que le pedía vivir hasta conocer que sus asesinos y los de su compañero Raúl Centeno habían sido detenidos.