Los dolores de cabeza de Santiago Calatrava con la pasarela de Bilbao, estirada y resbaladiza a su pesar, o con el palacio de las artes de Valencia, inundado por sorpresa, no son nada comparado con la monumental empanada que tiene montada en Venecia, donde cada día le salen con una. La pasarela de acero que ha ideado para el cuarto puente del Gran Canal, el primero moderno, sigue dándole disgustos. Llevan doce años y no lo acaban, la inauguración se va aplazando y el gasto se ha triplicado sin control.