Caminando hacia atrás, después de un día reparador en el trabajo, sintió Hipólito Piloto el deseo de sacar de sí un café con leche, por lo que entró en el bar absorbiendo un silbido, cuyas ondas de presión le pillaron de improvisto, provenientes de dios sabe donde; como era de esperar, la puerta se abrió de tras de él y así, entrando de espaldas y deshaciendo una despedida con un educado y feliz “luego hasta” que le llegó a la boca, cerró la puerta y se abrió el abrigo con cierta parsimonia.