El tiempo es injusto. Durante años, Emilio Butragueño no fue solo un jugador de fútbol, sino una marca nacional. Puede que fuera por su exótico apellido, reminiscencias bandoleras, o por su tendencia a destacar en partidos internacionales, pero los 80 fueron tan suyos como lo fueron de la Bola de Cristal o de Mecano. Butragueño era puro pop, testículos al aire en portada de Diario 16, cara de niño, rubio y callado, excelente alumno, canterano madridista llamado a dar nombre a una quinta gloriosa, la quinta que instaló a Mendoza en la Cibeles