Imagínate que te comieras un plato de macarrones con chorizo, regados con una generosa jarra de agua, y al rato estuvieras borracho como una cuba. Menudo chollo, pensarán algunos. No tan rápido, forastero: el mismo efecto tendría lugar en tu cuerpo cada vez que comieras un plato de paella, una magdalena o incluso un refresco. Esto es lo que le sucede a un vecino de Texas de 61 años que al que, por una extraña enfermedad, su estómago se ha convertido en una suerte de destilería portátil.