En el número 52 de la avenida de Carabanchel Alto se alza un hermoso palacete de ladrillo de principios del siglo pasado. Pero, a pesar de su aparente suntuosidad, a corta distancia se puede apreciar que la construcción conoció tiempos mejores. Las paredes comidas por la humedad, los cables al descubierto y las puertas desvencijadas. Ahora sus únicos ocupantes son una veintena de inmigrantes, en su mayor parte senegaleses, que llegaron a la capital tras emprender un azaroso camino desde su patria -con cayuco incluido-.