Cuando uno de estos ejemplares abandona el cargo suele hacerlo a fuerza de titulares, de tirones de oreja, de mal olor, de indicios, de evidencias abrumadoras, y algunos soportan el martirio durante tanto tiempo que acaban con rostro de santo, como Camps, que al final parecía un Cristo del Greco afeitado y vestido en Cortefiel, ofreciendo su sacrificio al partido igual que esos samuráis que se rajaban las tripas a mayor gloria del emperador.