Carmen Álvarez, una gijonesa de 39 años, nunca sospechó, ni por asomo, que su iniciativa empresarial en Cimadevilla se acabaría convirtiendo en una tortura personal y profesional. Hace solo cinco meses, esta mujer, casada, bióloga y madre de un niño de corta edad, decidió hacerle frente al paro. Con la ayuda de su madre, pensionista, dio un paso importante e invirtió doce mil euros en dos máquinas expendedoras de autoventa de bebidas y chucherías. Llevan seis semanas seguidas destrozándole su negocio, ubicado en Cimadevilla.