En un remoto rincón de Siberia, en un poblado con el improbable nombre de Morada del Alba, un hombre de atuendo blanco, el largo cabello castaño enmarcando una sonrisa entre enigmática y beatífica, dice que ya vino, que él es Cristo, y que tiene la misión –por supuesto– de salvar al mundo. Relacionada:
meneame.net/story/sindrome-jerusalen-convierte-visitantes-ciudad-santa sus seguidores hoy se cuentan por miles. Sus fieles le dicen el Maestro, hablan de él en voz baja y lo adoran como la reencarnación de Jesucristo.