Hay personas que ocupan un lugar definitivo en tu vida, aunque de eso sólo te das cuenta más tarde. José Antonio Labordeta lo ocupa en la mía de forma definitiva, maravillosa, irrevocable; y ahora que dicen que se ha muerto ha tomado posesión de él de la forma más natural, como cuando llegaba a la casa de mi pueblo y se sentaba a comer jamón, para espanto de mi abuela, porque entre Gonzalo Tena, Fernando Sarrais y él, en una tarde, dejaron a uno para caldo, o sea, en el hueso; y temía su vuelta.