Los primeros bárbaros no “hablaban mal” sino otro idioma. [...] En la Argentina también hablamos distinto idioma, con la fuerza que tiene esa expresión, los que vibramos y sentimos el goce de mezclarnos, de rozarnos, de abrazarnos, de llorar en el hombro de otro, de agitar banderas, de gritar hasta quedarnos doloridos, de sostenernos horas en nuestros pies, de sonreírnos con desconocidos, de aceptar un mate al paso, de vivir esa experiencia alucinógena de ser millones y estar felices.