En mayo de 1897 aparecía en Londres una larga y extraña novela firmada por un escritor antes y después menor, el irlandés Abraham Stoker. Para que el histórico Vlad III –empalador pero no chupasangre– se convirtiera definitivamente en leyenda perdurable, necesitó que un oscuro escritor de fines del siglo XIX, "usara" su figura desaprensivamente, lo tergiversara sin cuidado alguno, hiciera con él lo que necesitaba para desarrollar su historia gótica. Es decir: lo inmortalizó, le puso un nombre, lo rebautizó falseándolo. Sigue en el comentario
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