Es curioso comprobar cómo Su Santidad más tradicional resultó la más revolucionaria. En comparación con la humanidad de su predecesor, Ratzinger parecía siderúrgico, perfecto, preciso y frío como el acero, y sin embargo ha sido él quien más ha humanizado el papado. Y este último servicio a la Iglesia católica, su renuncia liberadora, es, en contra de lo que se podría pensar de un intelectual insobornable, una paradoja en perfecta consonancia con su pensamiento.