El negocio es redondo. Con campañas publicitarias hábilmente diseñadas, se convierte en cotizadas estrellas a dilléis de nula preparación musical, cuyo único mérito, si alguno hay, es saber poner discos en potentes equipos que llenan de música percusiva los enormes recintos de discotecas creadas ad hoc o reformadas al efecto. Sospechará el avisado lector que llegados a este extremo, la música es lo que menos importa. Y no se equivocará.