“Ya no estoy loco, soy sólo mentalmente divergente, ahora lo sé. Quiero que me ayudes, quiero mejorar, quiero mejorar...”. La historia es surrealista en muchos aspectos, pero es con esas palabras con las que tal vez el absurdo alcanza su cenit.
La psiquiatra ha hallado ya pruebas más que suficientes de que la historia de su paciente es verídica pero éste, como en algunos trastornos mentales, ha decido negar una realidad que le resulta demasiado dura para digerirla. O ha decidido escoger la que le resulta más confortable. Qué bueno sería poder escoger la realidad en la que vivimos, claro, y en cierta forma todos lo hacemos. Pero eso no cambia un ápice de la realidad.
El tipo sin duda está enloqueciendo pero el diagnóstico no tiene nada que ver con el asignado, en realidad es todo lo contrario.
Lo que se nos narra es una concatenación de desastres. Empezando por el futuro subterráneo y siguiendo por los viajes en el tiempo: en el primero se adelantan 6 años, en el segundo casi 8 décadas. Y por si alguien quisiera caer en la tentación de pensar que pueden ser errores puntuales Cole se encuentra con otro “voluntario” en una trinchera de la primera guerra mundial, esos a los que no vuelven a ver el resto de reclusos.
Pero los despropósitos no se limitan a ese futuro bajo tierra, antes de la liberación del virus confunden un cuerpo mutilado con la doctora secuestrada, de la misma manera que en el futuro están completamente equivocados sobre los responsables de su tragedia. Y toda la operación para liberar al niño del pozo, mono con bocadillo incluido, es al final más ridícula si cabe, puesto que se trata sólo de una travesura. Y menos mal, yo también soy de la opinión de que lo más probable es que el mono se termine comiendo el bocadillo, de la misma manera que Cole decide en un momento dado que el mundo de la superficie es más apetitoso. Y no es el primero, el amigo “Bob” logra escapar con “éxito”.
Por lo tanto cualquier persona sensata se quedaría preocupada por el devenir de las hordas bárbaras de plutón. Por lo menos hasta que uno ve las zapatillas con orejas de conejo. Pequeños detalles que merman la credibilidad de cualquier discurso. Digamos que la historia no destila demasiada fe en el ser humano. “¿Eliminar a la raza humana? Es una idea genial”, en palabras de Goines.
La profecía de la aldea cercana a Stonehedge, los siete cálices con la ira de dios: quién sabe cuántos desafortunados “voluntarios” fueron enviados a saber dónde y cuándo tratando de corregir el rumbo hacia la extinción de la humanidad y causando quién sabe que estropicios.
Pero aún hay más, los científicos del futuro consideran que al haber puesto a “unos virólogos” sobre la pista del ejército de los doce monos todo se resolverá por sí solo. La verdad es que no dan una.
Personalmente la parte de los viajes en el tiempo es la que menos me interesa. De hecho es un asunto que aborrezco profundamente, es demasiado absurdo hasta para la ficción. Aún así dentro de la lógica que nos plantea la película vemos como las intervenciones en el pasado tienen consecuencias en lo que es aparentemente la misma línea temporal del futuro y, como nos muestra en un momento dado una secuencia de dibujos animados de la omnipresente televisión, en el futuro habrían creado una suerte de “túnel del tiempo”.
No está claro como se materializan esas variaciones del pasado en el futuro pero los sueños recurrentes de Cole dan alguna pista al respecto. O bien ya han han tenido lugar todos los acontecimientos y la experiencia del presente es tan sólo ilusoria o bien hay una suerte de predestinación que en última instancia no se ve alterada por los viajes entre las distintas épocas sino que al final resulta también el producto de estos.
La película empieza con un flashback de la escena final. ¿O sería un flashforward? Se va a repetir de diferentes formas a lo largo de toda la trama igual que en forma de sueño a lo largo de la vida del protagonista, que tendrá el dudoso privilegio de presenciar su propia muerte siendo sólo un niño.
Cole no recuerda los acontecimientos del aeropuerto porque mientras él crece, no han sucedido, tendrán lugar cuando viaje al pasado y lo reescriba. No los recuerda, es por la vía de los sueños donde esas secuencias de acontecimientos alternativos hacen algún tipo de contacto para resolverse presuntamente en un único futuro, también a través del personaje de la doctora a través de algún tipo de subconsciente o sexto sentido.
De hecho el propio Cole explica que una vez localizada la versión pura de la plaga “prepararán un remedio”, pero no aclara si se aplicará en el futuro o en el pasado. Al fin y al cabo si se puede modificar el pasado para transmitir información, porque no modificarlo para… Ya he avisado que no tiene el más mínimo sentido.
Pero sucede con ciertos discursos que por muy errados que puedan estar es imposible dejar de maravillarse en su alambicada elucubración, un rasgo distintivo de la inteligencia, exenta o no de trastornos mentales, que como es natural no se halla exclusivamente en las conclusiones, acertadas o no.
En esa línea la explicación que ofrece Goines sobre la precognición de la doctora, aunque equivocada, es un ejercicio intelectual más que respetable. Sucede que hasta en la ficción, la realidad siempre la supera.
Es fácil perder la cuenta del número de veces que Goines levanta el dedo en pantalla, empezando por su primera aparición. “-Jeff. -¿Qué? -Eres un gran hombre. -¡Que se jodan esos locos!”
“-Pero ahora usted sabe lo que es real. -Sí, señor, lo sé.” Afirma un Cole interrogado en el futuro, y en el cambio de plano Goines padre está hablando en 1996 con la ex-psiquiatra de su hijo por teléfono, ríe: “No, no, que va, yo no sé nada...”
Al final la narrativa gira en torno a una psiquiatra y un paciente que se han convencido recíprocamente de sus respectivas realidades y la inevitable conclusión es ir juntos en su búsqueda.
Hay dos puntos de inflexión en el papel de una impecable Madeleine Stowe a la que tal vez sólo se le pueda reprochar su falta de pericia spray en mano: el primero es cuando Cole le pide abruptamente que detenga el coche para descubrir algunas pintadas del ejército de los doce monos.
Se la puede ver dudar, podría arrancar el coche y terminar con esa “locura”. Pero sigue ahí. La segunda es en el cine, durante la maratón de Hithcock. Cole se ha quedado dormido y se despierta solo, sale de la sala temiendo no encontrarla y ella se gira colgando el teléfono.
Al final la recomendación que le hacen a Cole, repitiendo el anuncio de la televisión, en el momento que ya tiene la puerta abierta del psiquiátrico abierta para escapar no parece tan absurda. Después de todo, lo peor de la publicidad es que funciona. Y lo malo de los presagios es cuando se cumplen.
Dice Cole en el cine que la película cambia porque cada vez que uno la vuelve a ver, ha cambiado. Los que creen que nadie se baña dos veces en el mismo río sólo por el correr natural del agua se están perdiendo la mitad de la película.
Un poco como este comentario, que no abarca buena parte de lo que se puede exprimir del film: todas las reflexiones que se vierten en el guion sobre la psiquiatría son dardos certeros y punzantes. Las afirmaciones de los locos, sino siempre acertadas, suelen ser en muchos casos más cabales que las de los que dictan su reclusión: “...ahí está la televisión, todo está ahí. Todo está ahí: mira, escucha, arrodíllate, reza.”
“Los hechos, Jim, los hechos, si no compras cosas...: papel de water, coches nuevos, batidoras computerizadas, artilugios sexuales eléctricos, sistemas de sonido con auriculares en el cerebro, destornilladores con dispositivos de radar incorporado, ordenadores activados por la voz...”
Para qué abundar en este humilde comentario de una vieja película en los episodios de acumulación de papel higiénico, en la electrónica de los coches nuevos que podrán ser incluso desactivados a distancia, en el llamado “internet de las cosas”, el satisfyer, los auriculares de conducción ósea, el cada vez más omnipresente GPS, Alexa o Cortana... Se diría que se equivoca en algunas cosas. O tal vez sólo haya que esperar un poco más.
Pero en mi opinión el colofón de la película que conduce a la escena que nos anticipaba desde el principio, es que no van al aeropuerto para solucionar nada. Están convencidos de que no pueden cambiar el curso de los acontecimientos y van a tomar un vuelo a Florida (la publicidad funciona) porque Cole no ha visto jamás el mar, aunque no sea más que una excusa para la escapada. Así es como todos encontramos nuestro destino: tratando de huir de él.
En realidad ambos terminan negándose a sí mismos una realidad que no quieren aceptar, casi como en una metáfora del amor o tal vez de la enfermedad mental. Está claro por el mensaje que ella deja a los “limpiadores de alfombras”, felicitación de fiestas incluida, que, por extraño que pueda parecer, sí están modificando de alguna manera el futuro. Ella no habría hecho tal llamada sin la intervención de él.
“Recibieron tu mensaje”. Tal vez la confusión viene de que ese primer mensaje sí que lo tenían antes de enviar a Cole, pero no el que el mismo Cole deja desde el aeropuerto. Y de hecho lo muestran una vez Cole ya ha concluido su primer viaje. Aún así la película ni siquiera hace ademán de cerrar completamente, no hallaremos explicación explícita a la misteriosa voz de "Bob", y desde el principio nos advierte: "no hay manera de comprobar nada". Pero después de todo, quién está en condiciones de pontificar sobre como deberían funcionar los viajes en el tiempo.
Mi opinión es que arrojan irremisiblemente a paradojas irresolubles que, junto a la simple lógica, invitan a concluir que no son posibles, por mucho que se quiera rizar el rizo de la relatividad.
Si alguien te pregunta por 12 monos no le hagas el flaco favor de decirle que va de viajes en el tiempo. Aquí nada es lo que parece, el ejército de los 12 monos al final son sólo unos cuantos gamberros comparado con la responsabilidad que se les atribuye, por mucho caos que puedan crear, y lo cierto es que casi cada escena en la que interviene un Brad Pitt enorme termina en algún tipo de caos.
Yo lo que le diría es que aquí se halla en alguna medida el germen de películas como El club de la lucha, en la escena de la furgoneta o Matrix, en la habitación de ese cochambroso hotel de habitaciones por horas. La breve escena del chulo recuerda incluso los giros kitsch de Tarantino. Y plasma en buena medida toda esa imaginería cyberpunk en un estilo que se me antoja más francés que británico. No deja de ser curioso que el comité que dirige la prisión en la que Cole está recluido, o que por lo menos capta a los "voluntarios", se nos presente por primera vez tras lo que parece el mostrador de una surrealista relojería.
Si algo le he de reprochar a la producción, más allá del asunto de los viajes en el tiempo, es esa escena del último tramo con el "oso de pantomima" (aunque hasta eso tiene el guió de remitir en algo a los Monty Python de los que el director formó parte) que podría haber sido icónica de ser protagonizada por el majestuoso plantígrado que se muestra en los primeros minutos. La parte buena es que pasa rápido. Y probablemente sea la única película donde se vean las nobles posaderas de Bruce Willis y Brad Pitt por el mismo precio, hay chicha para todos los paladares.
Al final, el dilema interno de Cole entre cumplir con la misión encomendada y huir a una realidad mejor parece resolverse en la peores condiciones para él, no sin grandes coacciones. La llamada con la que salva a la humanidad de la hecatombe en ciernes desencadena una serie de acontecimientos que le cuestan finalmente la vida, en cierto modo.
Porque un Cole casi 40 años más joven se ve morir a sí mismo entre los brazos de la doctora, que termina de atar cabos en ese mismo momento y localiza su mirada entre la multitud. Como forenses tendríamos un problema al dictaminar la fecha y hora de la muerte dada la situación que se plantea. Se diría que Cole en lugar de morir cierra de alguna forma su bucle, sin volver a su tiempo para disfrutar del indulto y sin haber visto jamás el mar.
Pero ese nuevo joven Cole a buen seguro tendrá un recuerdo vívido de la escena presenciada en el aeropuerto, ya no le perseguirá en sueños etéreos sino como un recuerdo tangible. El futuro ya ha cambiado. Tal vez, después de todo, no tenga que morir en un aeropuerto de su pasado con un bigote postizo medio despegado, una ridícula peluca y camisa hawaiana. Y esos ojos del plano final sí que puedan por fin encontrar ocasión de ver el mar.