En los años cuarenta, en una de las comandancias forestales de Ust-Vym (el Ustvymlag se diferenciaba de los demás campos en que tenía una sola jefatura), Vlasov se encargaba de establecer las normas y de planificar el trabajo. Todo allí dependía de él, y en invierno, para mantener a los leñadores, anotaba siempre a sus equipos algunos metros cúbicos de más. Durante un invierno particularmente crudo, a duras penas llegaban los hombres a cumplir el 60% de la tarea, pero todos ellos recibían como si hubieran hecho el 125%, y gracias a esas raciones suplementarias pasaron el invierno, y ni un solo día se dejó de trabajar.
No obstante, la cantidad de madera entregada era muy inferior a la que constaba en los papeles, y empezaron a circular ciertos rumores que llegaron hasta al jefe del campo. En marzo, éste mandó una comisión de contramaestres para que inspeccionaran el bosque, y se descubrió que habían derribado ocho mil metros cúbicos menos de los declarados. El jefe montó en cólera y convocó inmediatamente a Vlasov; éste escuchó con tranquilidad y respondió: «Mételes, jefe, cinco días a todos, son unos vagos. Tuvieron pereza de recorrer el bosque, hay nieve profunda. Nombra otra comisión, conmigo de presidente». Con los otros tres miembros —conocidos suyos— Vlasov, sin salir de su despacho, levantó acta y «encontró» la madera que faltaba. Esto apaciguó de momento los ánimos del jefe, pero en mayo volvió a la carga, porque las entregas de madera seguían siendo insuficientes y arriba ya estaban empezando a hacer preguntas. Vlasov compareció nuevamente ante él. Bajito de estatura, pero con la arrogancia de un gallo de pelea, esta vez ni siquiera se tomó el trabajo de negar: en efecto, aquellos ocho mil metros cúbicos no habían sido derribados. El jefe se llevó las manos a la cabeza. «¿Cómo te atreviste a levantar un acta falsa?», ¡y patatín y patatán! «¿Qué, habría preferido ir a parar a la cárcel? ¡Usted es el primer responsable, y por ocho mil metros cúbicos lo menos son diez años, bueno, para un chequista cinco!» El jefe gritó, pataleó, pero, de todos modos, ya era tarde para castigar a Vlasov: ya todo dependía de él. «Y ahora, ¿qué vamos a hacer?» «Esperemos el deshielo». Llegó el deshielo; los caminos se cubrieron de ciénagas, y Vlasov redactó un informe técnico completo donde explicaba, con todo lujo de detalles, lo sucedido. Según ese informe, debidamente firmado por el jefe y enviado a la Dirección, los trabajos madereros se habían llevado a cabo con tanto éxito, que ocho mil metros cúbicos de troncos no alcanzaron a ser enviados en trineo, y ahora era imposible sacarlos del bosque por los caminos pantanosos. Seguía un cálculo de los costes de una carretera para el acarreo, caso de construirla, demostrando que iba a costar más caro que el valor de la madera misma; ahora bien, esperar hasta el próximo invierno para sacarla tampoco era una solución, porque después de permanecer todo el verano y el otoño en el pantano, esos troncos estarían ya prácticamente inservibles, y el comprador los aceptaría sólo para leña. La Dirección aceptó sin chistar ese informe tan bien redactado, que se podía enseñar sin perder la cara a cualquier otra comisión, y dio de baja ocho mil metros cúbicos de madera.
De ese modo, aquellos árboles fueron derribados, comidos, dados de baja, y de nuevo se erguían orgullosamente para reverdecer más lozanos que nunca. Por otra parte, al Estado no le resultó demasiado cara esa madera muerta: tan sólo algunos cientos de hogazas suplementarias de aquel pan negro, amasado con harina de algarrobas y agua. En cuanto al millar de troncos y al centenar de vidas salvados, eso no tenía ninguna importancia para la contabilidad del Archipiélago: era un material fácilmente remplazable…
Es muy probable que Vlasov no fuera el único en emplear semejantes artimañas, porque, a partir de 1947, en todas las explotaciones forestales implantaron un nuevo sistema de escuadras y equipos complejos. Los leñadores formaban ahora una sola escuadra con los acarreadores, y al equipo se le anotaba no la cantidad de leños derribados, sino los metros cúbicos depositados a orillas del río por el cual bajaría la maderada en primavera.
¿Significaba eso el golpe de gracia para la tujta? ¡De ningún modo! La tujta no sólo no disminuyó, sino que ensanchó su campo de acción, dando de comer a muchos más trabajadores que antes. Aquellos lectores a quienes no les resulte aburrido podrán compenetrarse más a fondo del asunto:
1. Cae de su peso que los reclusos no pueden acompañar la madera río abajo (¿quién los va a escoltar allí?). Por eso se ha establecido que un representante del campo haga entrega, en la orilla del río, de la madera de todos los equipos al representante de la empresa de transporte, compuesta por libres. ¿Lógicamente, este último encargado debiera mostrarse exigente? ¡Pues no! El recluso que hace entrega de la madera puede meter toda la tujta que necesiten los equipos forestales, que el transportista está de acuerdo con todo.
2. ¿Y por qué? Porque esos hombres libres que trabajan en la empresa de transporte también tienen que comer, también tienen normas fuera de su alcance. Todos esos troncos fantasmas supuestamente cargados, serán también supuestamente flotados río abajo.
3. En cambio, la maderería fluvial, a la que convergen los troncos enviados desde todos los puntos forestales, está de nuevo en manos de los reclusos, más exactamente, en manos del Ustvymlag, que cuenta con 52 islas dispersas en un territorio de 250 x 250 kilómetros (¡así de grande es nuestro Archipiélago!) El encargado de entregar los troncos está tranquilo: sabe que el recluso que los recibe se hace cargo no sólo de la madera, sino también de la tujta. ¡En segundo lugar, para no perjudicar a los campos forestales de río arriba, pero, sobre todo, porque de esa tujta también comerán él y sus compañeros de campo, que tiene que sacar y apilar los troncos (también ellos tienen normas fantásticas, también ellos necesitan raciones «de choque»). Quien tiene que sudar por los compañeros es el encargado: no basta con acusar recibo del volumen global, sino que tiene que clasificar los troncos —buenos y tujtos— por diámetros y longitudes. ¡De ése depende la comida de todos! (También ahí estuvo Vlasov).
4. El siguiente paso es el aserradero, donde los troncos se transforman en toda clase de maderaje. Los obreros son allí también reclusos. Los equipos comen según el volumen de troncos aserrados, y los troncos «fantasmas» contribuyen, muy a propósito, a aumentar sus porcentajes de rendimiento.
5. Viene después el depósito del producto ya terminado. De acuerdo con las reglamentaciones estatales, debe contener un 65% del producto bruto recibido, y de ese modo también ingresa invisiblemente en el depósito un 65% de la tujta (y la madera imaginaria, ya «aserrada», también se clasifica por categorías: vigas, tablones, tablas, tal grueso, tal largo)… También los obreros de almacenamiento comen de esa tujta.
Sí, pero ¿qué va a pasar más adelante? La tujta ya está en el depósito, pero el depósito está bajo custodia de las Tropas de Escolta; allí no puede haber ningún tipo de «pérdida» que no esté debidamente justificada. ¿Quién va a responder ahora por el fraude?
Y aquí es donde, en auxilio del gran principio de la tujta, hace su entrada otro gran principio del Archipiélago: el de la goma larga, es decir, la posibilidad de estirar, de demorar… La tujta que figura inscrita en los registros del depósito va siendo copiada una y otra vez de año en año. Al hacer inventarios, en ese islote perdido del Archipiélago, los que vienen también son reclusos, también comprenden. Y tampoco van a contar cada tabla una por una. Por suerte, la mercadería es perecedera; de tanto estar guardadas, algunas tablas se pudren, y la madera fantasma se va pudriendo con ellas… Y si en una de ésas descubren que algún encargado de depósito no ha tenido el ojo bastante avizor, pues lo pasan a otra sección, y asunto terminado… Pero, entretanto, ¡cuánta gente habrá corrido de esa madera!
También, existe otro sistema. Al cargar vagones para un consumidor (el representante del comprador no está, los vagones serán luego repartidos a los puntos de destino), también cargan la tujta, es decir, anotan como cargada madera de más (lo cual da de comer también a los cargadores, ¡anotémoslo!) El ferrocarril sella el vagón, a él le da igual. Al cabo del tiempo, abrirán el vagón en cualquier Armavir o Krivoi Rog, y acusarán recibo de la mercancía real. Si la falta es moderada, no dirán nada, todas esas diferencias de volumen se acabarán reuniendo en alguna partida, y que las explique el Gosplán.[cz] Si la falta es descarada, el destinatario enviará al Ustvymlag una reclamación, pero las reclamaciones esas se cursan entre millones de otros papeles, en algún sitio se archivan y con el tiempo se olvidan: no pueden contra el afán humano de vivir (en cuanto a mandar el vagón de madera de vuelta, ningún Armavir se decidirá a ello: agarra lo que dan, que en el Sur no hay bosques).
Anotemos que también el Estado, concretamente el Ministerio de la Madera, utiliza muy en serio esas cifras «infladas» de árboles derribados y aserrados, para sus estadísticas oficiales. También al Ministerio la tujta le viene bien.[126]
Pero quizá lo más asombroso sea lo siguiente: a cada etapa del desplazamiento de la madera, con tanta tujta, debiera de faltar madera. En cambio, el encargado de la maderería, durante el verano consigue meter tanta tujta en las operaciones de extracción, que cada otoño, en las dársenas de los flotadores, se forman sobrantes: lo que no dio tiempo a sacar del agua. Como no se puede dejar así para el invierno, so pena de tener que llamar en primavera a un avión de bombardeo para deshacer el témpano, esa madera de más, ya inútil, a finales de otoño la sueltan río abajo al mar Blanco.[da]
¿Absurdo? ¿Increíble? Pues no es el único sitio en que pasa. Así también en los depósitos del Unjlag siempre quedaba madera SOBRANTE, que no había llegado a cargarse en los vagones, y ¡que ya no constaba en ninguna parte…! Y después de clausurado definitivamente un depósito dado, aún venían durante muchos años de los lagpunkts vecinos a por leña abandonada, y quemaban en las estufas madera de obra cuarteada, que tantos sufrimientos había costado preparar.
Y todas esas trampas las hacían para sobrevivir, no para enriquecerse, y de ningún modo para defraudar al Estado.
No puede un Estado ser tan, tan fiero, como para impulsar al engaño a sus propios ciudadanos.
Asimismo, acostumbran decir los reclusos: gracias al fraude y al amonal,[db] se ha construido el canal.
Alexandr Solzhenitsyn . Archipiélago Gulag.