Tarde estival

Nos sentamos en la terraza

del café de Levante

y con parsimonia y lentitud

nos tomamos una leche merengada

desbordaa de canela.

El calor, adobiante, no nos permite

hablar de nada ni de nadie.

El camarero,un muchacho rumano,

nos sonrie detrás de su rostro sudorso

y se esconde en el interior

donde el aire acondicionado

salva de la angustia de la calle.

Al atardecer una brisa suave se levanta

y las mesas vacias se llenan

de parejas que se aman ardorosamente.

Es, en ese momento, cuando

abandonamos la terraza

porque a nuestra edad

no estamos ya para contemplar

amores desenfrenados.

José Antonio Labordeta

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