—Tal vez llevéis razón, respetable Budaj —dijo Rumata—. Pero fijaos en mí, por ejemplo. Soy un simple noble —en la alta frente de Budaj se formaron unas arrugas, y sus ojos parecieron redondearse reflejando asombro y alegría—, pero respeto enormemente a los hombres cultos porque considero que forman la nobleza del espíritu. Por eso me sorprende que, siendo vosotros los únicos poseedores y transmisores de conocimientos tan elevados, seáis tan pasivos. ¿Por qué os dejáis despreciar, encarcelar y quemar en la hoguera con tanta resignación? ¿Por qué os separáis del auténtico sentido de vuestras vidas, es decir, el de adquirir nuevos conocimientos, y de la exigencia práctica de éstas, es decir, la lucha contra el mal?
Budaj apartó un poco el plato vacío que tenía ante sí.
—Me hacéis unas preguntas algo extrañas, Don Rumata. Y es interesante constatar que estas mismas preguntas me las hizo Don Gug, el noble camarero de nuestro duque. ¿Lo conocéis? Lo suponía… ¡La lucha contra el mal! ¿Pero qué es en definitiva el mal? Cada cual entiende el mal a su manera. Para nosotros, los hombres dedicados a la ciencia, el mal es la ignorancia, pero la Iglesia dice que la ignorancia es un bien, y que todos los males provienen del saber. Para el labrador, el mal son los impuestos y las sequías, pero para los que comercian el grano la sequía es un bien. Para los esclavos el mal es un amo borracho y cruel, para los artesanos el usurero avaro. ¿Contra qué mal hay que luchar, Don Rumata? —Budaj miró con atención a sus oyentes—. Porque el mal es indestructible. No hay hombre capaz de reducir el mal que existe en el mundo. Uno puede conseguir mejorar un poco su propia suerte, pero a costa de empeorar la suerte de los demás. Y siempre habrá Reyes más o menos crueles, y barones más o menos salvajes, y pueblos ignorantes que admiren a sus opresores y que odien a su libertador. Y esto ocurre porque el esclavo comprende mejor a su amo, aunque sea cruel, que a su libertador, puesto que cada esclavo puede imaginar lo que él haría si fuese amo, pero son muy pocos los que pueden imaginarse a sí mismos como desinteresados libertadores. Así es la gente, Don Rumata. Así es el mundo.
Fragmento de Qué difícil es ser dios (1964) de Arkadi y Boris Strugatski