—¿Y ahora lo crees?
Se encogió de hombros.
—Sucedió. Yo lo vi. Desapareciste y volviste a aparecer. Son los hechos.
—Volví a aparecer mojada, llena de barro y muerta de miedo.
—Sí.
—Y sé lo que vi y lo que hice. Ésos son mis hechos. Y no son más absurdos que los tuyos.
—No sé qué pensar.
—No sé si importa mucho lo que pensemos.
—¿Qué quieres decir?
—Pues… que ya ha sucedido una vez. ¿Y si vuelve a pasar?
—No, no creo que…
—¡No lo sabes! —Yo estaba empezando a tiritar otra vez—. Sea lo que sea, no necesito repetirlo. Casi acaba conmigo.
—Cálmate —dijo—. Pase lo que pase, no te hace ningún bien volver a sentir tanto miedo.
Me revolví, incómoda, y miré a mi alrededor.
—Tengo la sensación de que puede volver a ocurrir, que podría ocurrir en cualquier momento. Y aquí no me siento segura.
—Estás asustada y…
—¡No!
Me volví hacia él y le miré fijamente. Me pareció tan preocupado que aparté la vista. Me pregunté, con amargura, qué le preocupaba más: que yo pudiera desaparecer de nuevo o que pudiera no estar en mis cabales. Yo seguía convencida de que no había creído mi relato.
—Puede que tengas razón —dije—. Espero que tengas razón. Tal vez soy como la víctima de un robo, o de una violación, o algo así: una víctima que sobrevive, pero ya no vuelve a sentirse segura. —Me encogí de hombros—. Y no sabría cómo llamar a lo que me ocurrió, pero ya no me siento segura.
Me habló con una voz extraordinariamente dulce.
—Si vuelve a suceder y es real, el padre del niño sabrá que tiene que darte las gracias. No te hará daño.
—Eso tú no lo sabes. No sabes lo que puede pasar. —Me puse de pie, tambaleándome un poco—. Qué narices, no puedo reprocharte que te lo tomes a broma.
Me callé para darle la ocasión de negarlo, pero no lo hizo.
—Me están entrando ganas de reírme a mí también.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé. Todo el episodio ha sido real. Yo sé que ha sido real y, a pesar de eso, se está empezando a alejar de mí…, se está convirtiendo en algo… como si lo hubiera visto en televisión o lo hubiera leído. Algo que no he vivido yo de primera mano.
—¿O algo así como… un sueño?
Le miré.
—Quieres decir una alucinación.
—Vale.
—¡No! Sé lo que hago. Veo bien. Estoy intentando poner distancia porque me asusta. Pero sucedió, fue real.
—Pues deja que se aleje. —Se puso en pie y me quitó la toalla manchada de barro—. Eso parece lo mejor que puedes hacer, tanto si fue real como si no: dejar que se aleje.