Si estamos señalados para morir, somos suficientes para pérdida de nuestro país.
Y si vivimos, cuantos menos sean los hombres, más grande será el honor.
Por Dios os ruego que no deseéis ni un hombre más, no.
Más bien proclamadlo, Westmoreland, a través de mi ejército:
aquel que no tenga estómago para esta batalla, dejadlo marchar.
Se le hará pasaporte y se le pondrá en la bolsa una corona para el viaje.
Nos no moriremos en compañía de aquel hombre que tema que su hermandad muera con nosotros.
¡Este es el día de la fiesta de San Crispín!
Quien sobreviva a este día y vuelva sano a casa, se alzará sobre las puntas de sus pies a la mención de la fecha y se crecerá al nombre de Crispín.
Quien vea este día y llegue a viejo, cada año, de víspera, festejará a sus vecinos y dirá: “¡mañana es San Crispín!”
Entonces, levantará la manga y mostrará sus cicatrices y dirá: “estas heridas las recibí el día de San Crispín”.
Los ancianos olvidan, todo será olvidado, pero él recordará con ventaja qué proezas realizó aquel día,
y nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los de sus parientes.
Harry, el Rey. Bedford y Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester, serán, en sus rebosantes copas fielmente recordados.
Esta historia contará el buen hombre a su hijo,
y Crispín Crispiniano nunca pasará,
desde este día hasta que el mundo acabe,
sino que, nos, en él seremos recordados.
Nos, pocos, nos, felices pocos, nos banda de hermanos;
porque aquel que hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano,
porque por muy vil que sea, este día ennoblece su condición,
y los caballeros ahora en sus lechos de Inglaterra
se considerarán malditos por no estar aquí,
y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan a hablar a aquel
que luchara con nos ¡el día de San Crispín!
William Shakespeare-Enrique V