Así el joven Mountolive anotaba y meditaba las extrañas costumbres de la gente entre la cual había ido a vivir, tomándose mucho trabajo, como le correspondía a quien estudiaba hábitos tan diversos de los suyos; pero también lo hacía en una especie de éxtasis al encontrar como una correspondencia poética entre la realidad y la imagen soñada del Oriente que él había formado con sus lecturas. Menos disparidad había allí que entre las imágenes gemelas que Leila parecía acariciar: una imagen poética de Inglaterra y de su espécimen, el jovencito tímido y en muchos sentidos implume, que había tomado por amante. Pero él no era del todo tonto. Estaba aprendiendo las dos lecciones más importantes de la vida: hacer sinceramente el amor, y reflexionar.
Mountolive. Lawrence Durrell.