El mejor padre del mundo

Oxidada, idéntica, allí estaba la puerta del patio con su cadena y su candado. Allí estaban la casita junto al agua, la iluminada ventana de la cocina, y el río que fluía hacia el mismo mar. Y en el centro del patio, elaborando un mágico sueño se alzaba el ronroneante y tembloroso cohete. Se sacudía, rugía, agitando a los niños, prisioneros en sus nidos como moscas en una tela de araña.

María lo miraba desde la ventana de la cocina.

Bodoni la saludó con un ademán, y sonrió.

No pudo ver si ella lo saludaba. Un leve saludo, quizá. Una débil sonrisa.

Salía el sol. Bodoni entró rápidamente en el cohete. Silencio. Todos dormidos. Bodoni respiró aliviado. Se ató a una hamaca y cerró los ojos. Se rezó a sí mismo. “Oh, no permitas que nada destruya esta ilusión durante los próximos seis días. Haz que el espacio vaya y venga, y que el rojo Marte se alce sobre el cohete, y también las lunas de Marte, e impide que fallen las películas de colores. Haz que aparezcan las tres dimensiones, haz que nada se estropee en las pantallas y los espejos ocultos que fabrican el sueño. Haz que el tiempo pase sin un error.

Bodoni despertó.

El rojo Marte flotaba cerca del cohete.

-¡Papá!

Los niños trataban de salir de las hamacas.

Bodoni miró y vio el rojo Marte. Estaba bien, no había ninguna falla. Bodoni se sintió feliz.

En el crepúsculo del séptimo día el cohete dejó de temblar.

-Estamos en casa -dijo Bodoni.

Salieron del cohete y cruzaron el patio. La sangre les cantaba en las venas. Les brillaban las caras.

-He preparado jamón y huevos para todos -dijo María desde la puerta de la cocina.

-¡Mamá, mamá, tendrías que haber venido, a ver, a ver Marte, y los meteoros, y todo!

-Sí -dijo María.

A la hora de acostarse, los niños se reunieron alrededor de Bodoni.

-Queremos darte las gracias, papá.

-No es nada.

-Siempre lo recordaremos, papá. No lo olvidaremos nunca.

Muy tarde, en medio de la noche, Bodoni abrió los ojos. Sintió que su mujer, sentada a su lado, lo estaba mirando. Durante un largo rato María no se movió, y al fin, de pronto, lo besó en las mejillas y en la frente.

-¿Qué es esto? -gritó Bodoni.

-Eres el mejor padre del mundo -murmuró María.

-¿Por qué?

-Ahora veo -dijo la mujer-. Ahora comprendo. -Acostada de espaldas, con los ojos cerrados, tomó la mano de Bodoni-. ¿Fue un viaje muy hermoso?

-Sí.

-Quizás -dijo María-, quizás alguna noche puedas llevarme a hacer un viaje, un viaje corto, ¿no es cierto?

Fragmento del relato El cohete de Ray Bradbury (1950)