La mecánica del soborno. Curso práctico

Siempre hay personas en tu entorno que afirmarán que son inso­bornables y que no pueden ser compradas mediante regalos ni pro­curándoles una especial atención. Afortunadamente, la realidad nos dice lo contrario. En todos los niveles de los negocios y de la sociedad, puedes trabajarte a la gente hasta tal punto que estés en disposición de hacer con ella lo que quieras.

Todo consiste en encontrar la mejor manera de alabar, tentar, premiar o castigar. Ya estés tratando con el mejor urólogo del país o con el último empleado de la oficina de contabilidad que está a la vuelta de la esquina, cualquier cosa servirá para atraerte a la gente: baratijas, chucherías, detallitos, una botella de vino, un viaje al extranjero... Cuando alguien recibe un regalo, querrá hacer algo por ti a cambio, no para complacerte sino más bien para calmar su conciencia. Aprovéchate todo lo que puedas de este mecanismo humano.

Al proponer sobornos, debes tener en cuenta las siguientes cuatro reglas:

En primer lugar, encuentra un regalo que sea proporcionado a la magnitud del servicio que va a prestar tu cómplice. Una botella de vino por ayudarte a conseguir un contrato de cons­trucción de cinco millones de euros es demasiada tacañería. Difí­cilmente conseguirás que el funcionario en cuestión se vuelva loco de alegría. Deberás hacerlo mejor. La experiencia aconseja que un par de viajes a algún país remoto con toda la familia y todos los gastos pagados sería un premio mucho más acorde con los gustos e intereses del sobornado.

No olvides que el soborno no está especialmente valorado en las sociedades occidentales. Algunas compañías establecen nor­mas muy rígidas a este respecto. Deberías inventar alguna excusa para la persona a la que estás sobornando, sobre todo si se trata de un regalo ostentoso. En muchos países, se les ofrece a los médicos lujosas vacaciones o placenteras rutas turísticas. Es impres­cindible poder aplacar cualquier complejo de culpabilidad o deseo de rebelión que puedan sentir. Puedes lograrlo asegurándoles que tales «acontecimientos» se están produciendo dentro de un mar­co aceptado por todo el mundo. De modo que puedes disfrazar ese viaje de esquí como si se tratase de un congreso y hacer que ese curso de cata de vinos (que, por supuesto, adjunta una tenta­dora caja de botellas para llevarse a casa al final) tenga la apa­riencia de un taller organizado para propiciar un intercambio infor­mal de ideas entre profesionales del sector.

Si realizas muchos sobornos, tendrás que dar a tus actividades un aire de respetabilidad. Haz lo mismo que muchas compañías: oculta tus sobornos en departamentos con nombres que suenan inocentes, como los de relaciones públicas, relaciones externas o formación. Esto no significa, por supuesto, que estos departa­mentos sólo sean tapaderas; también se dedicarán a cumplir otras funciones. Pero eso en realidad no te concierne. Lo que importa es que encuentres un espacio válido para los sobornos que con­venga a tus intereses y te proporcione el mejor rendimiento.

Y, finalmente, vamos a impartir algunas clases avanzadas sobre el soborno. Empieza poco a poco: vete comprando funcionarios, contratistas y directores, con tranquilidad, sin prisas; un pequeño obsequio en Navidad es una buena manera de empezar. A partir de ese momento, que los regalos vayan siendo mejores y más caros hasta llegar a un punto en el que se les olvide todo lo demás y sean capaces de venderte su alma. Entonces pasarán a depender de ti, porque pueden ser chantajeados. Una vez que hayas alcan­zado este punto como rata, la vida se convierte en una fiesta.

Debes tener siempre muy clara la razón por la que estás pagan­do un soborno: para obtener esa licencia de construcción que de otro modo jamás se te concedería, para que alguien haga la vista gorda sobre el cumplimiento de las molestas normas de seguri­dad o para lograr ese sustancioso pedido de ordenadores.

La estrategia de la rata. Joep Schrijvers