Al salir de su casa por última vez se acordó de Hertz, un director de ópera de la pequeña ciudad centroeuropea en la que pasó su juventud. Hertz obligaba a las cantantes, durante unos ensayos especiales de movimientos, a hacer su papel desnudas. Para estar completamente seguro de que la postura del cuerpo era correcta tenían que meterse en el orificio anal un lápiz. La dirección que el lápiz señalaba hacia abajo era una prolongación de la línea de la columna, de manera que el meticuloso director podía controlar el andar, el movimiento, los saltos y la postura del cuerpo de las cantantes con precisión científica.
Cuando una joven soprano se enfadó con él y lo denunció a la dirección del teatro, Hertz se defendió argumentando que nunca había molestado a ninguna cantante y que ni siquiera se había atrevido a tocar a ninguna. Era cierto, pero así la historia del lápiz parecía aún más perversa y Hertz tuvo que abandonar la ciudad natal de Jan en medio de un escándalo.
Pero aquel asunto se hizo famoso y gracias a él el joven Jan comenzó a acudir a las sesiones de ópera. A todas las cantantes, con sus gestos patéticos, sus cabezas majestuosamente echadas hacia atrás y sus bocas abiertas de par en par, se las imaginaba desnudas. La orquesta lloraba, las cantantes se llevaban las manos al lado izquierdo del pecho y él veía los lápices que les salían de los culos desnudos. ¡El corazón le latía: estaba excitado por la excitación de Hertz! (aún hoy no es capaz de ver una ópera de otro modo y sigue yendo a verlas con la sensación de un adolescente que mira en secreto un teatro obsceno).
Milan Kundera. El libro de la risa y el olvido.