No seamos solemnes, por favor. Cada cual tiene su hueco y todos son importantes en el mecanismo social. La abolición de la clase burguesa tiene que habernos dejado, necesariamente, esa enseñanza: nadie es más importante que nadie, y por eso nos llamamos, con orgullo, camaradas.
Porque cada uno hace lo que puede. Y lo hace lo mejor que puede, o ese es su deber para con el Estado y para con los demás ciudadanos.
Unos hacen la revolución, otros un silbato.
Quizá mis fuerzas alcancen solo para hacer silbatos, y entonces, ¿qué?, ¿soy sólo una mierda?
Pues sí, mala suerte, amigo: alguien tiene que ser una mierda.
La Historia necesita abono.
Ciudad Condenada. Arkadi y Boris Strugatski