Cuando yo contaba doce años de edad frecuentaba nuestra casa un literato, a quién se tenía por buen jugador de ajedrez. Un día, convenimos jugar una partida, y me ofreció amablemente las blancas. Con la mano trémula movía yo las piezas y necesitaba diez minutos para pensar las jugadas. Mi adversario contestaba instantáneamente sin interrumpir el diálogo con mis padres, y parecía no prestar atención al tablero. La partida se desarrolló así:
1.- e4 e5
2.- Cf3 Cc6
3.- Ac4 Cd4
¿ Cómo abandona la defensa de tan importante peón? - exclamé para mis adentros -. Ahora se lo como y le ataco ese otro peón que parece indefendible...
4.- Cxe5 Dg5
Con lo que amenazó simultáneamente el caballo y el peón de g2. Pero calculé poder tomar el peón de f7 con el caballo, amenazándole la torre y la dama a un tiempo. Supuse que no se habría dado cuenta de ello. Y, aunque se comiese mi peón, yo ganaba una torre:
5.- Cxf7 Dxg2
Pero resultó que no podía tomar momentáneamente la torre porque él tomaba la mía y me daba jaque, tras lo cual se comería mi caballo. Siguió:
6.- Tf1 Dxe4+
Aquí no fue posible mover el rey ni cubrirse con la dama. Hubo de hacerlo con el alfil:
7.- Ae2 Cf3++ ( mate)
Tanta fue la sorpresa que me puse colorado y no pude pronunciar una palabra. ¿ Cómo pudo suceder? Lo tenía yo todo tan bien planeado: la doble amenaza, los dos peones, el jaque, Y, de pronto... Si hubiéramos jugado una segunda partida, seguro que yo la habría ganado. Por lo que le pregunté con timidez si quería que jugásemos otra; pero el referido literato no quiso. Al parecer, tuvo bastante con aquella. Me respondió: “ Es mejor que analices esta partida, Boris. Trata de hallar los errores que has cometido. Capablanca decía que se puede sacar más provecho de una partida perdida que de cien ganadas...”.
Fragmento de La trampa en la apertura
de Boris Weinstein