«Patrice pone la radio y enciende el ordenador. Es lo que hace todas las mañanas. Sabe que le saca de quicio. En los años ochenta, cuando empezó a comprar la prensa y a escuchar la radio, era diferente. Tenía sus momentos de rabia, pero también había periodistas a los que le gustaba leer o escuchar. Había artistas a los que se alegraba de ver intervenir. La relación con los medios de comunicación no consistía solo en desconfianza y hostilidad. Los comentarios de mierda sobre la caída del Muro, la plaza de Tiananmén o Scorsese filmando a Cristo se hacían en la barra: entre personas que están ahí, se ven, se contestan y se mezclan. No decías cualquier cosa cabreado por ser anónimo, condenado a soltar la imbecilidad más lapidaria posible, relegado al silencio ensordecedor de tu propia impotencia. Hoy en día querría seguir cierto orden, pero no lo consigue. Abre periódicos que en su época jamás habría comprado. Se le mete todo en el cerebro, como tentáculos envenenados, y no genera ningún análisis, solo rabia. Las ganas de ponerlos a parir a todos, un asco enfermizo. No quiere unir su voz a la multitud, no quiere abrir un blog para verter su bilis, no quiere aportar su cagadita de subnormal al río de mierda. Pero es incapaz de despegarse de la ventana abierta. Cada mañana se sienta y le da la impresión de ver cómo se pudre el mundo. Y de las élites dirigentes, ninguno parece tomar conciencia de que es urgente dar marcha atrás. Todo lo contrario, se diría que lo único que les preocupa es lanzarse hacia lo peor, lo más deprisa posible».
Virginie Despentes, Vernon Subutex. Ed. Literatura Random House,2019.