El médico. Pirómides

El médico se echó hacia atrás.

—Está muy claro —dijo mientras pensaba a toda velocidad—. Es un caso de mortis sardinae antiquissima con complicaciones.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Broncalo.

—Un profano diría que está más muerto que una sardina pasada —replicó el médico acompañando sus palabras con un bufido.

—¿Y cuáles son las complicaciones?

Las facciones del médico ensayaron una rápida serie de expresiones y no se decidieron por ninguna en concreto.

—Aún respira —dijo—. Miren, su corazón late tan deprisa que el pulso parece el zumbido de una abeja y tiene la temperatura tan alta que se podrían freír huevos en su frente, y… —Se quedó callado. No estaba muy seguro de qué más podía decir, y era consciente de que las explicaciones que acababa de dar probablemente resultaban demasiado claras y fáciles de entender. La medicina era un arte bastante nuevo en el Mundodisco, y si la gente conseguía entender sus enigmas a las primeras de cambio nunca llegaría demasiado lejos.

—Sufre de pirocerebrum oeuf culinaria —añadió después de haberse devanado los sesos frenéticamente durante unos momentos.

—Bueno, ¿y puede hacer algo al respecto? —preguntó Arthur.

—No puedo hacer nada. Está muerto. Todos los análisis y pruebas que le he hecho lo confirman. Por lo tanto… Eh… Entiérrenle, manténganle cómodo en un sitio lo más fresco posible y vengan a verme la semana próxima para informarme de cómo va evolucionando la cosa. De día, a ser posible.

—¡Pero si aún respira!

—Oh, no es más que una acción refleja —replicó el médico sin darle importancia—. Los profanos casi siempre se dejan engañar por este tipo de cosas, ¿saben?

Broncalo suspiró. Sospechaba que el Gremio —que, después de todo, poseía una experiencia inigualable en el manejo de cuchillos afilados y complicadas mezclas de sustancias orgánicas—, estaba en condiciones de emitir diagnósticos elementales mucho más fiables que los de los médicos. El Gremio quizá matara a las personas, pero por los menos no esperaba que se lo agradecieran.

Teppic abrió los ojos.

—He de volver a casa —dijo.

—Conque está muerto, ¿eh? —exclamó Broncalo. La reacción del médico dejó bien claro que era un soberbio representante de la profesión médica y que su colegio profesional jamás tendría que avergonzarse de él.

—No es nada raro que un cadáver emita ruidos extraños después de la muerte —replicó valerosamente—. Esos sonidos pueden poner nerviosos a los parientes y…

Teppic se irguió de golpe.

—Y en ciertas circunstancias los espasmos musculares pueden hacer que el cadáver… —empezó a decir el médico, pero incluso él se estaba dando cuenta de que aquello no le llevaría a ninguna parte. Entonces tuvo una idea—. Es una enfermedad muy rara y misteriosa, y en estos momentos se están produciendo un gran número de casos —dijo—. Es causada por un… un… algo tan pequeño que no hay forma alguna de detectarlo —concluyó felicitándose a sí mismo con una sonrisa.

No estaba nada mal, desde luego. Tendría que recordarlo en el futuro.

—Muchísimas gracias —dijo Broncalo abriendo la puerta y empujándole hacia el umbral—. No se preocupe, y tenga la seguridad de que le llamaremos la próxima vez que nos sintamos realmente bien.

—Probablemente sea una morsa —dijo el médico mientras era expulsado de la habitación con amabilidad pero con innegable firmeza—. Ha pillado una morsa. Últimamente se han dado muchos casos y…