La verdad es un culto en desuso, hambriento de fieles.
Sobre las ruinas de sus viejos altares, algunos de sus druidas alzan aún la voz para afirmar que la verdad es tozuda, o incluso, contra toda evidencia, se atreven a seguir afirmando que la verdad resplandece.
Empecinados en su fe, procuran pasar por alto que a menudo necesita revestirse de prodigio o superchería para hacerse creíble, porque la verdad desnuda no interesa ni a los más enconados viciosos.
Por eso, en su honor, se celebran aquelarres como el de la vaca de Swift, que sólo acabaría en manos de su legítimo dueño cuando el juez se convenciese del derecho del ladrón a quedársela.
Durante estos rituales, es cuando los más valerosos defensores de la verdad se convierten a menudo en los peores cínicos y en los mayores embusteros.
A ellos dedico esta historia.
El secuestro del candidato. Javier Pérez