¿Cómo podemos creer en dragones?

Llegó un día en que el sol se oscureció a mediodía y el suelo tembló, y Judas hizo girar a los dragones sobre las poderosas alas y voló de regreso por encima de los mares furiosos. Pero cuando llegó a la ciudad de Jerusalén, halló a Cristo muerto en la cruz.

En ese momento su fe tambaleó y durante los tres días siguientes la Gran Ira de Judas fue como una tempestad a través del mundo antiguo. Sus dragones arrasaron el Templo de Jerusalén y expulsaron a la gente de la ciudad y también atacaron los grandes centros de poder en Roma y Babilonia. Cuando halló a los Once restantes y los interrogó y supo cómo el llamado Simón-Pedro habla traicionado tres veces al Señor, lo estranguló con sus propias manos y alimentó con su cuerpo a los dragones. Y después envió a esos dragones para que iniciaran incendios en todo el mundo, a modo de piras funerarias para Jesús de Nazareth.

Y Jesús resucitó al tercer día, y Judas lloró, pero sus lágrimas no lograron conmover la ira de Cristo, porque en su furia asesina había traicionado todas las enseñanzas del Señor.

Así que Jesús hizo regresar a los dragones y apagó los fuegos en todas partes. De sus vientres hizo salir a Pedro y le devolvió la vida y le dio dominio sobre toda la Santa Iglesia.

Después los dragones murieron, todos los dragones en todos los rincones del mundo, porque eran la viva enseña del poder y la sabiduría de Judas Iscariote, que había pecado tanto. Y El le quitó el don de las lenguas y el poder de curar, e incluso la vista, porque Judas había actuado como un hombre ciego (había una hermosa pintura de Judas ciego llorando amargamente sobre los cuerpos de los dragones). Y El le dijo a Judas que por milenios sería recordado sólo como el Traidor, y las gentes maldecirían su nombre y todo lo que había hecho sería borrado y olvidado. Pero entonces Cristo, porque Judas lo había amado tanto, le otorgó un don: la vida eterna, para que pudiera viajar, meditar sobre sus pecados, al fin ser perdonado y recién entonces, dejar de existir.

Y ese fue el comienzo del último capítulo en la vida de Judas Iscariote, un capítulo muy largo […] . Finalmente Jesús vino a él mientras yacía en su largamente postergado lecho de muerte; y se reconciliaron y Judas lloró una vez más. Y antes de que muriera, Cristo le prometió que El permitiría a unos pocos recordar quién y qué había sido Judas; y que con el paso de los siglos, las nuevas se difundirían hasta que finalmente la Mentira de Pedro fuese destruida y olvidada.

Tal era la vida de San Judas Iscariote, narrada en El Camino de la Cruz y el Dragón. Allí figuraban también sus enseñanzas y los libros apócrifos que supuestamente había escrito.

Cuando cerré el volumen, se lo presté a Arla-k-Bau, capitana de La Verdad de Cristo

Aria era una mujer delgada, pragmática, que no profesaba ninguna fe en particular, aunque yo valoraba sus opiniones. Los otros miembros de la tripulación, los buenos hermanos y hermanas de San Cristóbal, sólo harían eco al horror religioso del arzobispo.

—Interesante —dijo Aria cuando me devolvió el libro.

Me reí entre dientes.

—¿Eso es todo?

Se encogió de hombros.

—En conjunto resulta una historia agradable. Más fácil de leer que tu Biblia, Damián, y también más dramática.

—Es verdad —admití—. Pero es absurda. Una maraña increíble de doctrina, escritos apócrifos, mitología, y superstición. Entretenida, si, sin lugar a dudas. Imaginativa, incluso atrevida. Pero ridícula, ¿no te parece? ¿Cómo podemos creer en dragones? ¿En Cristo sin piernas? ¿En Pedro recompuesto de sus pedazos después de haber sido devorado por cuatro monstruos?

La sonrisa de Aria era burlona.

—¿Acaso es más tonto que creer en el agua transformándose en vino, o Cristo caminando sobre las aguas, o un hombre viviendo en el estómago de una ballena?

Fragmento del relato El camino de la cruz y el dragón (1979) de G.R.R. Martin