Como se gesta un Demente (Novela autobiográfica) Cap. 10

Después de mi iniciación con Emerita, mi sexualidad se tornó muy activa. Durante ese periodo de complacencia dejé a un lado a Betsy, una niña de mi edad, mi primera relación de enamorados basada únicamente en besos y algunas que otras caricias levemente subidas de tono.

La aparición de Emerita y el interés obsesivo por poseerla, me llevaron a descuidarla pero una vez conquistado el ansiado trofeo que dominaba mi pasión y habiendo obtenido los favores sexuales de “La señora Emerita” retomé mi relación con Betsy, quien también transitaba los desbocados caminos atiborrados de densos vapores libertinos alfombrados con drogas, licor y rock & roll.

 Me es imperioso aclarar que el tiempo en que fui parte de ese ámbito, tuve romances estables y duraderos debido a que, a pesar de ser un tipo muy locuaz, no me resultaba sencillo cortejar, mi timidez era un impedimento, me acobardaba ser rechazado y por esa razón prefería mantener lo que pudiera haber conseguido. Me sabía un hombre completo y mi subconsciente me repetía que UN HOMBRE debe tener UNA MUJER a su lado que alimente la hoguera de su virilidad. 

En medio de esas circunstancias y convicciones mías, Betsy y yo sentimos que no nos bastaba con tocarnos y besarnos, no, era insuficiente, nuestros sexos se buscaban ardorosamente, las manos hurgaban cada vez más y con mayor atrevimiento, yo había probado la sexualidad pero ella no y yo reventaba por hacerla mía, quería repetir con ella lo vivido con mi ex amante, había probado el goce del coito y no me resignaba a no tenerlo, sólo que ahora era la niña la dueña de mis apetencias. Con mis dedos habilidosos, la fui enloqueciendo de tal manera que Betsy no dudó en entregarse por completo para probar el encanto de la penetración. Una vez sido penetrada, intentábamos de manera insistente y en todo momento, hallar los medios propicios para devorarnos de un modo insaciable hasta quedar completamente satisfechos, pero siempre queríamos más, éramos dos jóvenes sedientos de sexo.

A mi modo la quería y respetaba, tenía un rostro que se me antojaba agraciado pero sus encantos femeninos estaban tan armónicamente distribuidos que era justamente eso lo que realmente me atraía y provocaba. Por otro lado, tener una mujer siempre dispuesta a mis requerimientos amatorios era muy estimulante y ella siempre estaba dispuesta. Solíamos fumar marihuana y copular en cuanta ocasión se nos presentara, generalmente durante las reuniones que compartíamos con mis camaradas, “los diferentes”. Era tal el frenesí que apenas si nos amparábamos en la oscuridad o nos escondíamos en algún rincón con un mínimo de discreción y ahí sí dábamos rienda suelta a nuestra irracional fogosidad, al fin y al cabo, todos “los diferentes” lo hacían. No era raro sorprender a una pareja en pleno coito ¿Por qué nosotros no? Sabíamos que corríamos el riesgo de ser atrapados mientras gozábamos del placer que conceden las pieles desnudas y sudadas pero tampoco nos inquietaba, incluso me atrevería a decir que ello nos excitaba más aún, queríamos hacerlo y lo hacíamos, así de simple.

Todo iba viento en popa entre nosotros hasta que como cualquier pareja, tuvimos una contrariedad que acabó en una pelea y finalmente en una separación momentánea. Esto  dio lugar a que un par de amigas en quienes yo confiaba ciegamente, me crearan la intriga de una posible infidelidad de Betsy. Sabedoras de mi vacío respecto del sentimiento de amar íntegramente, me presentaron a otra sugestiva jovencita siendo la premisa “un clavo saca otro clavo”.

 El encuentro con esta chica se concretó en una fiesta, la invité a bailar una pieza, muy apretaditos uno contra el otro y una vez finalizado el tema musical “ya éramos enamorados”. Ella estaba interesada en mí desde tiempo atrás y si a eso sumamos la urgencia de mis apetitos sexuales, entablar esa nueva relación por escasos ocho días fue tarea sencilla.

Al octavo día fuimos a visitar a un amigo que vivía solo en una pequeña habitación. Ella también tocaba la guitarra; sentados en la cama de mi amigo, estuvimos largo rato tocando e intercambiando conocimientos sobre música hasta que mi aliado, muy cómplice, nos comunicó que debía irse pero que nosotros podíamos quedarnos. Ni bien cerró la puerta y quedamos solos, nos arrojamos uno en brazos del otro trastornados de pasión; mientras la besaba y ella me manoseaba sin atisbo de pudor, fui desabotonando su blusa hasta conseguir liberar sus senos del corpiño, le desabroché el jean y bajé la cremallera, acto seguido introduje una mano en busca de su pubis, lo acariciaba con frenesí cuando de pronto fui asaltado por mis remordimientos: “Esta niña me gusta, pero a Betsy la quiero”. Bruscamente frené mis avances eróticos, retiré la mano de su entrepierna y me aparté; la muchachita, sorprendida, sin entender qué sucedía, me preguntó muy preocupada:

-¿Qué te ocurre? ¿Qué pasa?

-No debiste venir aquí, es mejor que te vayas- fue todo lo que acerté a responder.

Ella se vistió velozmente y furiosa me dijo “Sigues enamorado de esa cojuda” … se fue llorando.

Si bien me sentía incapaz de amar con esa dosis de ternura, de apego, como aman las personas normales, siempre tuve muy en alto el valor de la lealtad, el agradecimiento y respeto por los sentimientos de los demás; nunca fue mi intención jugar con el cariño que me brindaban. Soy consciente de que no amé pero a mi manera correspondí a lo que se me entregó; si a alguien hice daño en este aspecto, no fue adrede.

Al día siguiente regresé con Betsy, pero ya no pude volver a confiar en ella y al poco tiempo terminamos definitivamente.

 De nuevo había recrudecido en mí el temor hacia las mujeres… “Si las amas les otorgas el poder de matarte”

MELANCOLÍA DEL MAGO

He caminado de manera incesante cerca de cuatro mil años por este polvoriento mundillo de apenas trece metros cuadrados, yendo de aquí para allá, siguiendo una voz de sirena apenas audible pero encantadora. Si suena al sur, hacia el sur voy; si suena al norte, hacia el norte voy. No importa de qué punto provenga la voz, yo siempre voy en su búsqueda pues, aunque jamás escucho lo que me dice, es un llamado feromonal al que no puedo ni quiero resistirme. En un lugar tan pequeño y solitario, esa encantadora voz es la razón de mi existir, es lo único que me tiene ocupado, es lo que me mantiene en este persistente celo que no puedo aplacar ni cuando levanto mi mirada hacia esas tres lunas ninfómanas que iluminan mis cielos pero que nunca podrán consolarme pues la luz celeste que irradian incesantemente, las aleja de mis manos.

Mmm… Ahora debo irme, desde el oeste me llama la encantadora voz de una sirena ¡Ya voy!... ¡Ya voy!

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