La cola. Congreso de futurología - Stanislaw Lem

Bill me ha prometido llevarme a un Club clandestino. ¿Se trata quizá de una orgía?

8.IX.2039. Me había imaginado que sería algún local de mucho lujo, un lugar donde se daría rienda suelta al más absoluto desenfreno. Pero ¡qué bah! En vez de eso, penetramos en un sótano hediondo y sucio. Desde luego, la imitación tan fiel de un local de los tiempos antiguos debió costar una fortuna. Al pie de la escalera, en medio del aire mefítico, estaba esperando pacientemente y de pie una larga cola de gente, mirando una ventanilla cerrada.

—¿Ve usted? ¡Esta es una cola auténtica! —me explicó con mucho orgullo Symington Júnior.

—Bien, bien —solté al cabo de una larga hora de espera de pie—, ¿cuándo se abre esa ventanilla?

—¿Quéee? —se extrañó el muchacho.

—Pues, sí… esa ventanilla…

—¡Jamás! —clamó con júbilo el coro de los colistas.

Me quedé pasmado. Me era tremendamente difícil creer que acababa de participar en una atracción que, en sí era tan contraria a las normas de existencia como antaño una misa negra, relativamente a la misa blanca. Aunque también —¿no es lógico?— el hecho de estar haciendo cola sólo puede considerarse en los nuevos tiempos como una aberración. En otro local del citado club, hay un tranvía, un tranvía sencillo, puesto sobre sus ruedas y en él las apreturas francamente inhumanas, con arrancamiento de botones, desgarradura de ropas, de medias, hundimientos de costillas, pisotones, evocan del modo más naturalista los viejos asaltos a los medios urbanos de locomoción para los amantes de las antiguas condiciones de existencia hoy en día inalcanzables.

Y aquella gente, desgreñada, arrugada, sudada, pero entusiasmada y con los ojos relucientes de goce, se fue a merendar, mientras yo me volvía a mi casa, sujetándome los pantalones y cojeando de tantos pisotones como me habían propinado, aunque sonriendo, asombrado por tan ingenua juventud de quienes andan buscando el encanto y la fruición en lo que resulta más difícil de alcanzar. Por lo demás la historia enseña muy poco de esas cosas, pues en las escuelas ha sido sustituida por otra nueva materia, llamada deveniria, o sea la ciencia que estudia el futuro. ¡Cómo se alegraría el profesor Trottelreiner si lo oyese! —pensé con cierta melancolía.

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