«La lluvia caía sobre las tumbas y el camino asfaltado y los árboles oscuros que flanquean el camino. Piedras fúnebres, mojadas y un fresco olor a silencio. Flotaban sobre la ciudad y más allá, sobre los montes y el mar lejano, las nubes densas. Y no se veía una silueta humana en todo el cementerio. –Bien, ¿no? Yo tenía mucha necesidad de estas palabras. Cosas mías, Txato. Pronto me reuniré contigo. Ahora sé que voy a venir en paz. Mientras tanto, caliéntame la tumba como me calentabas en otros tiempos la cama. Te dejo, que me está esperando Xavier. Los hijos ya saben que, en cuanto se pueda, nos tienen que llevar al pueblo. Así que, por ese lado, puedes estar tranquilo. Esperemos que no llueva como hoy el día de mi entierro. Pobres asistentes. Se van a calar. Y las flores, lo mismo. Xavier se apeó del coche para indicarle a su madre, agitando la mano, dónde estaba, como a treinta metros calle abajo. Seguía lloviendo. Que si quería ir a a algún sitio. No, a casa. –Saludos del aita.
Patria, Fernando Aramburu