Pero ni antes ni ahora nos vamos a callar.
Debemos luchar y lucharemos.
Aunque nos falten el pan y las fuerzas, lucharemos.
Lo primero de todo, debemos permanecer unidos ante los momentos difíciles que se avecinan. Nuestros enemigos son por igual los bolcheviques que pretenden desnaturalizar nuestra patria y los capitalistas que nos arruinan.
El gran capital no ha salido perdiendo con esta crisis; ejemplos los hay de sobra y todos conocéis a alguno que ha podido pagar sus deudas con billetes de juguete y es ahora más rico que antes.
La banca, la gran industria, los trust, las asociaciones de empresarios roban al obrero y se aprovechan de que hay una larga cola a la puerta de su fábrica para ocupar el puesto del que no transija.
La banca, los trust, la gran industria son enemigos del pueblo, porque sus beneficios no redundan en beneficio de todos.
El que arriesga el capital debe obtener un beneficio: eso es cierto, es lícito y es necesario. No discutimos la legitimidad del lucro empresarial ni de la libre iniciativa. Pero cierto es también que la única diferencia entre ganar dinero y robarlo estriba solamente en los métodos que se empleen.
No se enriquece lícitamente el que zarandea una anciana para quedarse con su monedero. No se enriquece lícitamente el que obliga a un padre de familia hambriento a trabajar como un burro durante doce horas, porque la fuerza del bruto aplicada al débil no sólo es un delito cuando la fuerza proviene de los músculos.
El beneficio es lícito, sí, pero el beneficio es otra cosa.
Por lo demás, yo no soy partidario de las grandes palabras.
Yo no os mencionaré la patria, ni el orgullo de nuestra nación, ni el país que fue grande y ahora se arrastra entre las botas de los vencedores.
Todo eso está muy bien, es digno de respeto y hasta sagrado si queréis, pero demasiados engaños se han consumado ya en nombre del honor y del orgullo.
Siento de todo corazón que nuestra patria es nuestra casa; nuestra nación, nuestra familia.
Me duele el Ruhr, como a vosotros. Me duelen las colonias africanas perdidas, como a vosotros.
Me duele como a vosotros la vieja tierra alemana desmembrada, pero me duele aún más hablaros aquí, casi a oscuras, porque con nuestro trabajo ni siquiera podemos pagar el alumbrado.
La gran pelea no está tan lejos como creemos a veces; está aquí mismo, en nuestras casas, a nuestro lado. Yo no os voy a pedir que luchéis por Alemania, ni por el pisoteado orgullo de la nación, ni por la tierra de los antepasados.
No: yo os emplazo a que luchemos por borrar las arrugas de los rostros de nuestras mujeres, por retrasar sus canas, por que les salgan sanos los dientes a nuestros niños. Yo os exijo tenacidad y coraje, y no para recuperar el Ruhr o los Sudetes, sino para recobrar los paseos por las tardes, del brazo de nuestras novias.
Os exijo tenacidad y coraje por la juventud que tuvimos los que ya no lo somos tanto, por la que os están arrebatando a vosotros, por los anillos de boda que han vendido nuestras madres.
Yo os exijo sacrificio, voluntad y arrojo, y os prometo que no tardará el día en que todos los que nos humillan se arrepentirán de lo que han hecho.
Si sabemos resistir, a los siglos le faltará memoria para recordar nuestra revancha, porque los haremos caer, porque al fin caerán, aunque sea envenenados por el polvo de nuestros huesos.
Discursos. Gregor Strasser.