Aún resuena en nuestra memoria el eco de aquellas tres palabras de nuestro eterno presidente en funciones, cuando le hicieron una pregunta sencilla a la que no tenía preparada la respuesta: ¿Y la europea? Fue como ver a un boxeador contra las cuerdas abandonar el cuadrilátero, saliendo por de la tangente.
Lo cierto es que fue el hazmerreír del país con esa salida y esa huida hacia adelante, tan propia del futbolero que sube recortando por toda su banda (la derecha), pero por fuera de la línea de la realidad. Sin embargo, mi duda es quién se reía más de quién: ¿nosotros de él… o él de nosotros?
Lo digo porque a él parece darle buen resultado la táctica, ya que la repite constantemente a sabiendas de que perder el tiempo en la banda le favorece. Es el gran artífice del “catenaccio político”, consciente de que es el líder peor valorado del país y a su lado cualquiera parece Messi. Así que sale a no perder el partido y sabe que el aburrimiento juega de su parte. Su lema es: Evasión y victoria.
Por eso se esconde de los focos y de los debates. No es por pereza, si no por imagen, ya que las luces y taquígrafos hacen ver bien a las claras que Rajoy está desnudo, que el presidente en funciones no ha funcionado. Y para evitar dar explicaciones acerca de sus propios fracasos (la deuda del 100% del PIB o las mil y una tramas corruptas del PP en pleno austericidio) y no pagar así el peaje, se dedicará a echar todos los balones fuera, hasta que acabe se el tiempo de descuento.
Para ello cuenta con un as en la manga bien guardado: su fábrica de humo marca Acme, donde esconder la cabeza como un avestruz hasta que escampe la tormenta perfecta que él mismo ha provocado. Así, si alguien le busca la boca mentándole nuestra dura realidad nacional, él se sale una y otra vez por la tangente y se defiende contraatacando fuera de juego: ¿Y la venezolana? ¿Y la catalana…?
Y entonces nacionaliza el culebrón venezolano, y prohíbe las esteladas en la final de la copa, para reavivar unas ascuas que se estaban apagando ya solas. Todo con tal de evitar esa temible gran pregunta: ¿Y la española?